Túmbate sobre tu espalda, siente las partes de tí que tocan el suelo, qué partes sientes que hacen contacto con tu colchoneta, qué partes de tí entregan su peso a la misma.
Siente tu respiración, cómo se mueve dentro de tí, cómo estás descansando en este momento….
Más o menos, una clase de Feldenkrais comienza de esta manera. Así sentimos como nos encontramos al inicio de la clase, para al final de ella volver a testarnos y ver los cambios que se han producido.
Disfruto mucho tratando de llevar el Método Feldenkrais a la vida. Pensar que el apoyo que nos ofrece el suelo es como el apoyo que nos ofrece la vida, a través de las relaciones de amistad, familiares, amorosas…
Pienso en la importancia de los apoyos en nuestra vida, a quién le damos valor para poder relajarnos y poder compartir nuestras ilusiones, nuestros anhelos y sueños.
Estos días, gracias al confinamiento, repasaba cuales han sido los míos. Si quizás pido mucho a mis amigos/as, y no obtengo la respuesta que busco o si tiendo a apoyarme en relaciones que no me ofrecen una tierra clara y firme para que pueda seguir caminando la vida.
Lejos de la colchoneta, estos días vividos, ¿has podido descubrir cuáles son tus apoyos?
Mientras impartía una clase del Método Feldenkrais observé, de manera espontánea y sin buscarlo, que unas alumnas intentaban realizar un movimiento nuevo para mejorar su movilidad y liberarse de hábitos posturales nocivos para la salud. En su intento por dibujar con sus cuerpos el ejercicio y con el ansia de ganar flexibilidad en sus articulaciones se esforzaban y debilitaban a partes iguales ya que lo estaban ejecutando en dos direcciones contrarias al mismo tiempo.
Por un lado estaban atentas a su cuerpo a lo que allí sucedía y por otro, sin darse cuenta, estaban desatendiendo sus mentes con lamentos , quejas y un sinfín de palabras desalentadoras.
En este momento una pregunta apareció en mi mente.
¿Quién sería yo sin la queja en mi vida? ¿Cómo sería mi vida si no hubiera lamento?
¿Cómo hacerme consciente cuando aparece?
Me gusta hacer las clases participativas porque creo que todo lo que sucede en una clase es riqueza y posibilidad para todos-as los-as que allí estamos e incluso las llevo a otros grupos. Así que como posibilidad de mirarlo desde mi profundidad les lance la pregunta.
¿Os habéis planteado alguna vez cómo serían vuestras vidas sin queja?
Durante la semana fui lanzando la pregunta a todos los grupos. Quería saber qué sentían al dar valor a esta cuestión.
Así, de grupo y grupo, entre todos nació la idea de pasar 24 horas sin quejarnos. El reto volvía a empezar cuando nos dábamos cuenta que nos había quejado.
Empezamos a descubrir quejas de todo tipo: desde las sutiles, esas en que no decimos nada pero nuestra cara dice todo hasta quejas socialmente aceptadas como: «qué rabia que hoy llueva» o quejas sobre nuestro entorno, quejas que antes ni sabíamos que eran quejas como: «en este bar no limpian las mesas», quejas cada vez que las cosas no son como queremos.
De las más de 150 personas que nos juntamos en diferentes clases ninguno dimos con la respuesta. No sabíamos, ni siquiera imaginábamos que la respuesta es… la gratitud.
Seguí en mi empeño de ver en mí cada queja, si podía verla en mi mente pero no darle voz. Entonces a veces pude ver que con algunas personas mi manera de relacionarme es a través de la queja. En mi vida el espacio para la gratitud no era muy grande. Claro que había cosas por las que agradecía a la vida como por mi buena salud, por tener una hija estupenda, una familia, un trabajo maravilloso que me apasiona y disfruto enormemente, por mis preciadas amistades… Pero ¿dónde estaba en mí, ese agradecimiento en mis palabras diarias, en mis pensamientos cotidianos?.
En esta investigación apasionante es cuando de repente el mundo se detiene para todos.
Mi trabajo, el motor de mi vida se paraliza. Ya no tengo el contacto diario, nutricio con mis alumnos. Ya no voy a experimentar esos grandes retos a los que me ayudan a enfrentarme constantemente. Pero la vida es tan sorprendente…. Desde los centros de mayores nos proponen llamar a diario a los alumnos para acompañarlos y seguir cuidando de sus necesidades. Aquí pienso: “¡vaya si me las voy a tener que ver con la queja!, ¿Seré capaz de sostenerla? ¿La mía propia y la de mis queridas alumnas y alumnos?»
Sí, claro, he oído muchas quejas, en algunas he participado activamente. Pero he aquí la magia que se ha creado: en cada una de las conversaciones ha habido un momento para la gratitud, para dar las gracias. Todos los días de esta cuarentena he recibido palabras de un enorme a agradecimiento. Lo que más me llama la atención es que otra vez han sido mis alumnos y alumnas quienes me han regalado este aprendizaje.
Cuando se reanuden las clases ya no tendré una pregunta, tendré una respuesta que ofrecerles.
Gracias a vosotras y vosotros vengo con aromas de gratitud.